Una sobreviviente de derrame cerebral neoyorquina prospera y define su vida con espasticidad
Yvonne Honigsberg estaba corriendo en la trotadora en el gimnasio cuando intentó decirle algo a la mujer que estaba a su lado. Lo que le salió de la boca fue una “incoherencia”, dijo. Luego se desmayó.
Dos mujeres llamaron al 911 y la consolaron mientras esperaban que llegara la ambulancia. Le preguntaron si comprendía lo que le decían, pero no podía hablar. Ni siquiera podía asentir con la cabeza. Sin embargo, podía parpadear cuando se lo pedían.
“Cuando parpadeaba, me caían las lágrimas”, dijo. “Sabía que estaba teniendo un ataque o derrame cerebral”.
De hecho, Honigsberg, editora de medicina clínica, había estado editando un libro de un neurólogo reconocido sobre la recuperación de un ataque o derrame cerebral y reconoció sus síntomas.
Honigsberg se despertó 3 semanas después en la UCI. Había sufrido un accidente cerebrovascular hemorrágico, o un episodio de sangrado en el cerebro. Para aliviar la presión en el cerebro, los médicos tuvieron que quitar parte del cráneo temporalmente. Pasaron meses hasta que comprendió por completo lo que implicaba la cirugía.
Durante los primeros 4 meses, no podía hablar, caminar o usar la mano derecha, que la tenía doblada como un puño. Su equipo de rehabilitación le diagnosticó espasticidad, que puede afectar el movimiento y causar incomodidad o dolor.
Aunque ya no podía usar el brazo derecho y, a veces, sentía una leve molestia en la pierna derecha y rigidez en la cadera derecha, de a poco recuperó la capacidad de caminar y hablar con la ayuda de la rehabilitación personalizada.
Aunque aprendió a vivir utilizando el brazo izquierdo, Honigsberg no podía siquiera extender los dedos de la mano derecha. Por lo tanto, las uñas comenzaron a clavarse en la palma y tenía dificultades para ponerse el dispositivo ortopédico en el brazo. Durante años, colaboró con un terapeuta ocupacional privado.
Los médicos también le recetaron inyecciones focalizadas de toxina botulínica para aliviar los músculos tensos de la mano. Le administraban el fármaco cada 6 meses. Aunque le relajó los dedos, al final dejó de funcionar. Unos análisis revelaron que había generado anticuerpos contra el fármaco.
Los médicos de Honigsberg intentaron varias alternativas, como relajantes musculares y estimulación eléctrica muscular, pero nada le brindaba alivio a largo plazo. “Cada día era una lucha”, aseguró.
Hace unos años, se sometió a una cirugía para cortar los tendones de la mano derecha, lo que liberó los dedos apretados. Aunque aún no puede usar el brazo derecho, sabe arreglárselas.
Usa zapatos con elástico para evitar tener dificultades con las agujetas. Un tapete antideslizante de goma la ayuda a prepararse las comidas sin que los recipientes se muevan. Y descubrió que si no desabrocha el sujetador, puede ponérselo por encima de la cabeza como una camiseta.
También ha mejorado el habla, aunque, a veces, todavía le cuesta encontrar la palabra correcta.
“Ha sido decepcionante, pero por otro lado, hice cosas que nunca pensé que eran posibles”.
Alrededor de 9 meses después del ataque o derrame cerebral, Honigsberg comenzó a tener convulsiones. Uno de los efectos secundarios del medicamentos que los médicos le recetaron era la depresión. Aunque esperaba poder volver al trabajo algún día, se dio cuenta de que en ese punto no era posible.
“Parecía que nunca terminaría”, dijo. Los médicos le recetaron un medicamento diferente y, de a poco, su ánimo mejoró.
Decidida a mantenerse vital y activa, se sumó a un grupo de narración para personas con afasia y terminó convirtiéndose en instructora de narración. Además, escribe un boletín de noticias para una organización contra el cáncer de mama e imparte clases de inglés como segunda lengua (ESL, por sus siglas en inglés) a inmigrantes. Hablar despacio y poner énfasis en las palabras la ayuda a mejorar el habla y permite que sus estudiantes la comprendan mejor.
También se unió a un grupo de teatro para personas con problemas del habla y participa en teatros comunitarios en una iglesia local.
“Era la única persona discapacitada, pero pensé: ‘¿Por qué no?’”, dijo. “Tuve que reorientar mi propósito y vivir cada momento al máximo”.
También ha aceptado que necesita ayuda de vez en cuando. Cuando no puede hacer algo por sí sola, pide ayuda, ya sea para cortar la comida en un restaurante, cruzar una calle concurrida o cerrarse la chaqueta.
“Es difícil pedir ayuda, pero a la mayoría de las personas les encanta ayudar si tienen tiempo”, dijo. “Me facilita mucho la vida. Todos nos beneficiamos”.